martes, 31 de enero de 2012

El pez cebra esconde un secreto maravilloso

fig. 1

fig. 2


Es la historia de un pececillo que puede ayudar a que los humanos vivamos más y mejor.

El pez cebra (fig. 1), llamado así por las rayas laterales que adornan su cuerpo, se ha convertido en uno de los animales de laboratorio preferidos por los investigadores. Genéticamente, este pececillo tropical de agua dulce, cuyo genoma incluye unos 17.000 genes, es más similar a la especie humana que la mosca del vinagre o el gusano y es más fácil de manipular, mantener y criar que el ratón, otra de las estrellas en la experimentación animal con fines científicos. El pez cebra constituye el modelo ideal para el estudio de la biología del desarrollo, la oncología, toxicología, la reproducción, la genética, la neurobiología, ciencias ambientales, las células madre y la medicina regenerativa y la teoría de la evolución. Todo un tesoro de conocimientos.

Los órganos del pez cebra llevan a cabo las mismas funciones básicas que los órganos humanos, y están sujetos a desórdenes y enfermedades similares. Otra de las ventajas es su capacidad reproductiva -la hembra pone hasta 200 huevos- y rápido desarrollo -sus órganos se forman en sólo 24 horas-, gracias a los cuales se pueden realizar diferentes experimentos en una misma generación de animales, investigar la evolución de las patologías e identificar las causas de las enfermedades investigadas.

Ahora se ha descubierto que esta criatura posee un maravilloso secreto: es capaz de regenerar lesiones cerebrales, cosa que en otros vertebrados -como nosotros- no sucede. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Dresden, en Alemania, ha identificado las células responsables de esta extraordinaria capacidad regenerativa

Los investigadores provocaron pequeñas lesiones en el cerebro de peces cebra adultos, y estudiaron el modo en que esos daños eran reparados. Comprobaron que la regeneración se produce por un tipo de células madre que pertenecen a lo que se conoce como glía radial. Al detectar el daño, estas células (fig. 2, en verde) se dividen, viajan hasta la zona de la lesión y allí se transforman en neuronas (fig 2, en amarillo). A los tres meses, las nuevas neuronas estaban perfectamente conectadas con sus vecinas y no había ningún rastro de la lesión original. Lógicamente, entender bien este proceso será crucial para conseguir algo similar en el cerebro humano, en el que estas células también están presentes pero no tienen esa capacidad regeneradora.

Si los científicos pueden deducir cómo el cerebro del pez cebra regenera estos tejidos después de sufrir en ellos un daño, debería ser posible obtener los conocimientos necesarios para lograr algo similar en el cerebro humano. Por ejemplo, nuevas terapias para la enfermedad de Alzheimer, que buena falta hacen, derivadas de esa capacidad regeneradora.


Fotos: CRTD/KROHNE

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